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Este obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 2.5 Argentina
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[Diario de Viaje] La Montaña que separa al Mundo
One Piece Destiny :: :: Red Line
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[Diario de Viaje] La Montaña que separa al Mundo
— Ahora, rumbo al horizonte — Proclamaba el pirata de pelo blanquecino y mirada fría, un hombre nacido en las tierras del Norte, criado bajo la tutela de la espada, y de la medicina general. Una persona que había decidido dejar de lado todo lo que había tenido durante más de veinte años, decidiendo abrazar el único suspiro de esperanza que toda persona libre quisiera tener. El mar. Un elemento que nunca abandonaba a los viajeros perdidos, que navegaban de isla en isla con distintos propósitos o enmiendas. ¿Por qué viajaba él? ¿Qué metas quería perseguir? Esas preguntas eran fácilmente solucionables, pero no es propio de este pobre Narrador apuntar tantas cosas sin remontarse al verdadero e importante acontecimiento señalado.
El día había amanecido bastante nublado, incluso llegando a haber tiempos de tormenta de duraciones francamente alargadas. La lluvia mojaba la pequeña embarcación que recorría los mares del Norte, al igual que varios relámpagos iluminaban el camino de aquel timonel sin experiencia. Sus manos bailaban con torpeza alrededor del timón, intentando mantener al navío en una trayectoria recta, sin demasiados altibajos de movimiento. Su objetivo era llegar a la Red Line, aquella gran porción de tierra que dividía los cuatro Mares Cardinales: North Blue —en el que se encontraba actualmente—, East Blue —al que pretendía llegar—, West Blue, y South Blue. Además, una quinta corriente cambiaba la dirección hacia el aclamado Grand Line, hogar de los más salvajes y famosos piratas, lugar al que tendría que llegar cuando estuviera más preparado. Pero de momento, no era más que un pobre pupilo de la piratería, un chico que sería comido por los lobos de aquel mar en cuanto decidiera poner su pie en aquellas mareas misteriosas. Por tanto, era sabio dirigirse hacia el mar más débil, el East Blue. ¿Qué mejor lugar para comenzar una aventura, que aquel en el que no encontraría demasiados problemas?
Podría robar, secuestrar, amotinar, matar, torturar, extorsionar, crucificar… A todo el que se pusiera delante de él. Es preciso comentar que este hombre no tiene escrúpulos, puesto que se crio bajo un ambiente de soledad. No tener nadie en el que apuntar un ideal a seguir lo había vuelto frío, distante de la sociedad. ¿Para qué quería buscar amigos cuando lo que realmente le interesaba únicamente le atañía a él? Aquel deje de humanidad podía reflejarse en sus ojos despigmentados, los cuales habían tomado un color incoloro —valga la redundancia, debido a la falta de pigmentos en el iris— que incluso podría tacharse de demoníaco. La mirada estaba fija en el horizonte, pues lo único que le interesaba en dicho momento era encontrar la gran línea de tierra que separaba aquel mundo en distintas zonas. A cada cual más especial. Parpadeaba de vez en cuando, y solo apartaba las manos del timón cuando necesitaba quitarse las gotas de lluvia de su cara. Una persona que tenía muy claros sus objetivos, y que por nada en el mundo dejaría de estar tan determinado. Después de todo, la seguridad en uno mismo es lo que hace que se cumplan los sueños. ¿No es así?
Horas más tarde, las nubes oscuras cargadas de los hijos del Rayo desaparecieron, dejando únicamente un viento fresco en su lugar. Los rayos de sol , que salieron detrás de las nubes olvidadas del cielo, iluminaron la figura de la persona que estaba al mando de aquella solitaria embarcación. Botas marrones hasta las rodillas, de cuero desgastado; pantalones de textil resistente de un tono azul marino, más oscuro que las aguas del North Blue; una camisa del mismo color que el pantalón, abotonada hasta el cuello, donde un pañuelo de un color más claro sobresalía tapando la piel del joven. Encima de dichas prendas, una gabardina de color azulado con ribetes y detalles dorados, que tapaba al joven hasta más debajo de sus rodillas, casi hasta los tobillos. Guantes marrones áridos que dejaban a la vista una mínima parte del dorso de la mano, y se cortaban en las falanges de los dedos. De esta forma, podía moverlos a voluntad, todo lo que quisiera. Y para un espadachín, saber cómo mover sus manos era algo importante, por lo que dichos guantes le venían de perlas, quisiera reconocerlo o no.
¿Cómo identificarle como un seguidor del camino de la espada? Simple. Atada mediante un cordel a un detalle de su pantalón, en la parte derecha de la cadera, una katana de dimensiones corrientes se dejaba ver a vista de todos. Una funda azul oscura, a juego con su camisa y pantalón. Tanto la parte inferior de la vaina, como la guarda de la espada, eran doradas, dándole un poco más de colorido a su figura. Incluso llevaba una seda amarilla para darle más originalidad a su forma. Había trenzas blancas en el mango del arma, terminando aquella exquisita obra de arte que era considerada como normal. No tenía ningún nombre, puesto que no era merecedora de tal honor. El espadachín que la poseía la tomaba como algo normal y corriente, un arma que a futuro sería cambiada por otra mejor. Solo un paso intermedio en su camino hacia el éxito, eso era lo que era su espada. Pero siempre que dicen que toda espada tiene un alma, un alma que va en función de la persona que la empuña. Y el aura de dicho hombre era tan gélida que, en casos especiales, hasta podía congelar.
Su piel era casi tan blanquecina como la nieve, dándole un aspecto de ultratumba que pocas personas podrían considerar como humano. Sus facciones eran cortantes, al igual que el filo de su espada. Podría considerársele guapo por todas las mujeres que le encontrasen, pero él no era alguien que se fijase en el sexo opuesto para nada más que una noche de relajación y consumición de uno de los pecados capitales. Siempre había considerado las relaciones amorosas como una torpeza que hacía más débiles a los demás, y su dura mirada lo corroboraba. Su pelo blanco resultaba una obra excepcional, haciéndole realmente único para alguien de su especie. Ya cuando fuera anciano, seguramente hubiera más con el mismo tipo de tonalidad de pelo que él. Pero qué se le iba a hacer, él era así de joven, y pronto todos le conocerían como “Shirogami” —Un apodo que hacía honor a su color de pelo— entre otros sobrenombres que se inventarían. Zhown no era su nombre verdadero, desde luego, sino aquel que se le había asignado en la casa de huérfanos en la que había vivido toda su vida. Conocía el nombre completo de su madre, pero necesitaba comprender los secretos acerca de su padre para revelar su verdadera identidad.
El mar se embraveció por momentos, y una intensa bruma se dio en las cercanías de la posición marítima de aquel navío. Como si el Dios de los Mares se hubiera enfadado, prestando su furia ante cada corriente marina. Nadie debía estar navegando por esas aguas en aquellos instantes, pero un solo barco era el que se atrevía a tal gesta. Intentaba mover el timón con mucha más fuerza, de forma que las nuevas olas que se formaran no lograsen volcar el barco. Ante viento y marea, nuestro pirata sobrevivía como buenamente podía, contradiciendo a las interferencias del tiempo para llevarle a los brazos de la Muerte. Pero no podía terminar de aquella forma tan cutre. No hacía ni dos días que había salido de su isla natal en dirección a la Red Line, y no sería en ese momento cuando su vida se esfumaría por arte de magia. Lo había abandonado todo para ver, para vivir nuevas experiencias. Para quitarse el velo que había estado tapando sus ojos aquellas décadas. Mucho tiempo había pasado ciego, y ya era un buen momento para vivir todas las aventuras que una vida pirata pudiera darle.
El tiempo pasaba, el barco seguía oculto bajo aquella bruma espesa. Tan espesa que hasta podría tener grumos, por decirlo de una forma humorística. Pero todo tiene su fin, y tras una media hora de viaje en la más absoluta de las inconformidades de la visión, se vio la luz. — Por fin — Exclamó con un deje de ansiedad el pirata de pocas palabras, aflojando la presión sobre el timón. Tenía los brazos agarrotados de sujetarlo con tanta fuerza, pero el esfuerzo había valido la pena para salir ileso de aquella situación. Pasó una mano por su frente cuando suspiró, y tragó saliva bastante aliviado. Giró el timón un poco para enderezar el rumbo, y se sorprendió al ver en la lejanía un pico rocoso que sobresalía del mar. Conforme se iba acercando, dicha formación geológica terminó por agrandarse como una gigantesca barrera que superaba las decenas de metros de altura. No sonrió, pero había un matiz en su expresión que denotaba un gusto extraño. — El primer capítulo: La Reverse Mountain — Palabras crípticas seguidas de la denominación de tal zona del mundo. Parecía que había encontrado lo que estaba buscando, y el cambio de mar pronto sería algo realizable para él. Pero lo primero sería desembarcar y descansar un poco. Tal vez incluso cazar. Muchos días en el mar habían hecho que su estómago rugiera, y ya estaba harto de comer la misma mierda de manzanas todos los días. El navío fue acercándose poco a poco, y las primeras palabras de la historia de Zhown se escribían en el libro de su vida.
El día había amanecido bastante nublado, incluso llegando a haber tiempos de tormenta de duraciones francamente alargadas. La lluvia mojaba la pequeña embarcación que recorría los mares del Norte, al igual que varios relámpagos iluminaban el camino de aquel timonel sin experiencia. Sus manos bailaban con torpeza alrededor del timón, intentando mantener al navío en una trayectoria recta, sin demasiados altibajos de movimiento. Su objetivo era llegar a la Red Line, aquella gran porción de tierra que dividía los cuatro Mares Cardinales: North Blue —en el que se encontraba actualmente—, East Blue —al que pretendía llegar—, West Blue, y South Blue. Además, una quinta corriente cambiaba la dirección hacia el aclamado Grand Line, hogar de los más salvajes y famosos piratas, lugar al que tendría que llegar cuando estuviera más preparado. Pero de momento, no era más que un pobre pupilo de la piratería, un chico que sería comido por los lobos de aquel mar en cuanto decidiera poner su pie en aquellas mareas misteriosas. Por tanto, era sabio dirigirse hacia el mar más débil, el East Blue. ¿Qué mejor lugar para comenzar una aventura, que aquel en el que no encontraría demasiados problemas?
Podría robar, secuestrar, amotinar, matar, torturar, extorsionar, crucificar… A todo el que se pusiera delante de él. Es preciso comentar que este hombre no tiene escrúpulos, puesto que se crio bajo un ambiente de soledad. No tener nadie en el que apuntar un ideal a seguir lo había vuelto frío, distante de la sociedad. ¿Para qué quería buscar amigos cuando lo que realmente le interesaba únicamente le atañía a él? Aquel deje de humanidad podía reflejarse en sus ojos despigmentados, los cuales habían tomado un color incoloro —valga la redundancia, debido a la falta de pigmentos en el iris— que incluso podría tacharse de demoníaco. La mirada estaba fija en el horizonte, pues lo único que le interesaba en dicho momento era encontrar la gran línea de tierra que separaba aquel mundo en distintas zonas. A cada cual más especial. Parpadeaba de vez en cuando, y solo apartaba las manos del timón cuando necesitaba quitarse las gotas de lluvia de su cara. Una persona que tenía muy claros sus objetivos, y que por nada en el mundo dejaría de estar tan determinado. Después de todo, la seguridad en uno mismo es lo que hace que se cumplan los sueños. ¿No es así?
Horas más tarde, las nubes oscuras cargadas de los hijos del Rayo desaparecieron, dejando únicamente un viento fresco en su lugar. Los rayos de sol , que salieron detrás de las nubes olvidadas del cielo, iluminaron la figura de la persona que estaba al mando de aquella solitaria embarcación. Botas marrones hasta las rodillas, de cuero desgastado; pantalones de textil resistente de un tono azul marino, más oscuro que las aguas del North Blue; una camisa del mismo color que el pantalón, abotonada hasta el cuello, donde un pañuelo de un color más claro sobresalía tapando la piel del joven. Encima de dichas prendas, una gabardina de color azulado con ribetes y detalles dorados, que tapaba al joven hasta más debajo de sus rodillas, casi hasta los tobillos. Guantes marrones áridos que dejaban a la vista una mínima parte del dorso de la mano, y se cortaban en las falanges de los dedos. De esta forma, podía moverlos a voluntad, todo lo que quisiera. Y para un espadachín, saber cómo mover sus manos era algo importante, por lo que dichos guantes le venían de perlas, quisiera reconocerlo o no.
¿Cómo identificarle como un seguidor del camino de la espada? Simple. Atada mediante un cordel a un detalle de su pantalón, en la parte derecha de la cadera, una katana de dimensiones corrientes se dejaba ver a vista de todos. Una funda azul oscura, a juego con su camisa y pantalón. Tanto la parte inferior de la vaina, como la guarda de la espada, eran doradas, dándole un poco más de colorido a su figura. Incluso llevaba una seda amarilla para darle más originalidad a su forma. Había trenzas blancas en el mango del arma, terminando aquella exquisita obra de arte que era considerada como normal. No tenía ningún nombre, puesto que no era merecedora de tal honor. El espadachín que la poseía la tomaba como algo normal y corriente, un arma que a futuro sería cambiada por otra mejor. Solo un paso intermedio en su camino hacia el éxito, eso era lo que era su espada. Pero siempre que dicen que toda espada tiene un alma, un alma que va en función de la persona que la empuña. Y el aura de dicho hombre era tan gélida que, en casos especiales, hasta podía congelar.
Su piel era casi tan blanquecina como la nieve, dándole un aspecto de ultratumba que pocas personas podrían considerar como humano. Sus facciones eran cortantes, al igual que el filo de su espada. Podría considerársele guapo por todas las mujeres que le encontrasen, pero él no era alguien que se fijase en el sexo opuesto para nada más que una noche de relajación y consumición de uno de los pecados capitales. Siempre había considerado las relaciones amorosas como una torpeza que hacía más débiles a los demás, y su dura mirada lo corroboraba. Su pelo blanco resultaba una obra excepcional, haciéndole realmente único para alguien de su especie. Ya cuando fuera anciano, seguramente hubiera más con el mismo tipo de tonalidad de pelo que él. Pero qué se le iba a hacer, él era así de joven, y pronto todos le conocerían como “Shirogami” —Un apodo que hacía honor a su color de pelo— entre otros sobrenombres que se inventarían. Zhown no era su nombre verdadero, desde luego, sino aquel que se le había asignado en la casa de huérfanos en la que había vivido toda su vida. Conocía el nombre completo de su madre, pero necesitaba comprender los secretos acerca de su padre para revelar su verdadera identidad.
El mar se embraveció por momentos, y una intensa bruma se dio en las cercanías de la posición marítima de aquel navío. Como si el Dios de los Mares se hubiera enfadado, prestando su furia ante cada corriente marina. Nadie debía estar navegando por esas aguas en aquellos instantes, pero un solo barco era el que se atrevía a tal gesta. Intentaba mover el timón con mucha más fuerza, de forma que las nuevas olas que se formaran no lograsen volcar el barco. Ante viento y marea, nuestro pirata sobrevivía como buenamente podía, contradiciendo a las interferencias del tiempo para llevarle a los brazos de la Muerte. Pero no podía terminar de aquella forma tan cutre. No hacía ni dos días que había salido de su isla natal en dirección a la Red Line, y no sería en ese momento cuando su vida se esfumaría por arte de magia. Lo había abandonado todo para ver, para vivir nuevas experiencias. Para quitarse el velo que había estado tapando sus ojos aquellas décadas. Mucho tiempo había pasado ciego, y ya era un buen momento para vivir todas las aventuras que una vida pirata pudiera darle.
El tiempo pasaba, el barco seguía oculto bajo aquella bruma espesa. Tan espesa que hasta podría tener grumos, por decirlo de una forma humorística. Pero todo tiene su fin, y tras una media hora de viaje en la más absoluta de las inconformidades de la visión, se vio la luz. — Por fin — Exclamó con un deje de ansiedad el pirata de pocas palabras, aflojando la presión sobre el timón. Tenía los brazos agarrotados de sujetarlo con tanta fuerza, pero el esfuerzo había valido la pena para salir ileso de aquella situación. Pasó una mano por su frente cuando suspiró, y tragó saliva bastante aliviado. Giró el timón un poco para enderezar el rumbo, y se sorprendió al ver en la lejanía un pico rocoso que sobresalía del mar. Conforme se iba acercando, dicha formación geológica terminó por agrandarse como una gigantesca barrera que superaba las decenas de metros de altura. No sonrió, pero había un matiz en su expresión que denotaba un gusto extraño. — El primer capítulo: La Reverse Mountain — Palabras crípticas seguidas de la denominación de tal zona del mundo. Parecía que había encontrado lo que estaba buscando, y el cambio de mar pronto sería algo realizable para él. Pero lo primero sería desembarcar y descansar un poco. Tal vez incluso cazar. Muchos días en el mar habían hecho que su estómago rugiera, y ya estaba harto de comer la misma mierda de manzanas todos los días. El navío fue acercándose poco a poco, y las primeras palabras de la historia de Zhown se escribían en el libro de su vida.
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